De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro».
Hace unos meses, un amablísimo lector me envió un artículo que se había escrito conmemorando los cinco años de la partida de
Roberto (El Negro) Fontanarrosa (Argentina, 1944-2007).
Me impresionó, porque, de hecho, no sabía que había tenido una esclerosis, ni que había seguido dibujando con la boca, hasta su muerte.
Me impresionó, sobre todo, su porfía, su rebeldía, su sentido del humor profundamente arraigado en cada uno de esos gestos vitales, esas ganas de vivir.
Así que permítanme un modesto tributo a un gran artista:
Fontanarrosa fue prolífico ilustrador, humorista gráfico, escritor e hincha del Rosario Central.
Argentinísimo.
Padre de personajes tan complejos y genuinamente humanos como
Boogie, el Aceitoso, el gaucho
Inodoro Pereyra o
Sperman; personajes que contribuyen a dibujar el perfil de un país.
Merecedor del premio
La Catrina, reconocimiento que cada año se entrega en el Encuentro Internacional de Caricatura e Historieta en México y de la
Mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento, en reconocimiento a su vasta trayectoria y aportes a la cultura argentina, entregado por el propio Senado de su país.
Gran aporte a la cultura latinoamericana; no por nada fue invitado al Congreso de la Lengua Española, celebrado en Rosario en el 2004, y se volvió célebre por decir unas cuantas malas palabras.
La
web de Fontanarrosa se ha quedado detenida en el tiempo, como varada, en
1998, el año en que Inodoro Pereyra,
el renegau, cumplía 25 años.
Por favor, no se pierdan el menú
Biografía; es un verdadero poema, la carta de un viejo amigo que creímos olvidada y que nos hace reir y emocionarnos.
Con admiración.
In Memoriam.