El ilustrador chileno
Francisco Javier Olea (Revista
Sábado, 18 de mayo 2013, nº 765) tuvo la suerte de entrevistar a
Decur durante su visita a Chile, el pasado mayo.
Su entrevista empieza con un párrafo tan hermoso, tan potente, que cito textual, si cambiar una coma:
"Hagamos un zoom in: Año 2009, planeta Tierra, Argentina, Rosario, Arroyo Seco, casa de la familia Decurguez, habitación de Guillermo, segundo hijo. En la cama, tirado, casi inerte, Guillermo, de 27 años, hace zapping en su televisor con la cabeza separada del cuerpo, en cualquier parte, en otro mundo, en un mundo inexistente donde las cosas funcionan bien. Pasa los canales uno tras otro como un robot sin detenerse en nada porque nada vale mucho la pena. Hasta que aparece un dibujito que lo detiene, que lo hace sentarse en la cama, abrir los ojos, recuperar el color y abrir la ventana. Un dibujito que le salva la vida."
La historia de Decur (Guillermo Decurguez, Argentina, 1982) es como una de esas películas que empiezan mal.
De niño, dibujaba sin parar, pero como a los 13 años, lo dejó.
Le costó bastante terminar la secundaria, se matriculó en Psicología y también lo dejó.
Ayudó a su padre, como albañil, y luego entró a la General Motors, donde ponía puertas de auto.
Trabajaba 8 horas y media; perdió algunos movimientos de la mano derecha y se rompió dos vértebras.
Lo echaron, y con el dinero que le dieron se compró un computador y se metió a estudiar diseño.
Lo dejó.
Un amigo le consiguió trabajo en un cybercafé; ganaba una miseria y según él mismo cuenta "se le murió el alma".
Hasta que un día, viendo televisión,
Decur se topó con
Liniers.
Algo indescriptible le pasó.
Se compró todos sus libros, tomó los pinceles y no paró de dibujar nunca más.
Luego viajó a una Feria del Libro para regalarle una de sus pinturas y darle humildemente las gracias y ambos se hicieron muy, muy amigos.
Liniers lo sacó de la cama, lo alentó a trabajar.
Dibujó, dibujó y dibujó hasta que un día lo llamaron de Ediciones La Flor (legendaria por haber editado a Quino) y le publicaron su primer libro.
De ahí, a hoy, Decur ha vivido una transformación completa.
"Ahora soy un niño, un pibe que juega...", dice. Va en su tercer libro, tiene otro a medias con una editorial gallega, publica portadas en la revista
Orsai y va a hacer un proyecto a medias con el propio
Liniers.
¿Cómo uno no va a sonreir?
A todos nos gustan las historias con final feliz, sobre todo cuando son reales y merecidas.