De algún modo, en algún lugar,
el arte en efecto expresa siempre
los sentimientos de la infancia.
Leo Lioni (Holanda, 1910-1999) se demoró 49 años en publicar su primer libro para niños, y lo hizo casi por casualidad; viajaba en un tren con sus nietos y para entretenerlos, se puso a romper trocitos de papel de colores que luego se transformaron en la historia de Azulito y amarillito (editado por Kalandraka).
Desde niño quería ser artista, pero el “Arte era para mí una palabra con mayúsculas: pintura, escultura, canto, piano e incluía también la arquitectura. Artistas eran Le Faucconier, el tío Piet, mi madre (una cantante italiana de ópera retirada), van Gogh, Rembrandt, Berlage, Chagall –la persona que había pintado el calendario que colgaba en la cocina de la abuela Grossouws– y el copista del Rijskmuseum”.
Su infancia no fue precisamente fácil: vivió sus primeros años en una modesta buhardilla de un edificio en Amsterdam donde su padre pulía diamantes.
Con la primera guerra mundial su familia debió emigrar a Estados Unidos, donde debió adaptarse a un nuevo tipo de vida y a nuevas circunstancias: la depresión del 29, la Segunda Guerra Mundial y al impedimento de regresar debido a la persecución nazi en Europa.
Sin embargo, a la hora de escribir, Lionni regresa a la infancia para capturar y expresar los sentimientos de sus más tempranos encuentros con cosas y eventos, cuando todo para él era mágico y seguro.
Una lección de vida.
(El texto original de donde he sacado la información para este post es del blog Anatarambana.... Intenté encontrar la entrada concreta, pero se me perdió y no lo conseguí!)
Qué historia tan maravillosa. Me conmueve imaginar a ese niño que quería ser artista sin saber que ya lo era.
ResponderEliminarEs TAN cierto lo que dices!!!!!!!!
Eliminar¿No encuentras que en la última foto, ese señor de pelo blanco tiene aún carita de niño? Algo en su expresión, los ojos, no sé... Me encanta esa foto.
Un abrazo grande, sigo por mail!
Joanna