lunes, 2 de junio de 2014

Volver a la infancia con Leo Lionni

De algún modo, en algún lugar, 
el arte en efecto expresa siempre 
los sentimientos de la infancia.

Leo Lioni (Holanda, 1910-1999) se demoró 49 años en publicar su primer libro para niños, y lo hizo casi por casualidad; viajaba en un tren con sus nietos y para entretenerlos, se puso a romper trocitos de papel de colores que luego se transformaron en la historia de Azulito y amarillito (editado por Kalandraka).

Desde niño quería ser artista, pero el “Arte era para mí una palabra con mayúsculas: pintura, escultura, canto, piano e incluía también la arquitectura. Artistas eran Le Faucconier, el tío Piet, mi madre (una cantante italiana de ópera retirada), van Gogh, Rembrandt, Berlage, Chagall –la persona que había pintado el calendario que colgaba en la cocina de la abuela Grossouws– y el copista del Rijskmuseum”. 

Su infancia no fue precisamente fácil: vivió sus primeros años en una modesta buhardilla de un edificio en Amsterdam donde su padre pulía diamantes. 
Con la primera guerra mundial su familia debió emigrar a Estados Unidos, donde debió adaptarse a un nuevo tipo de vida y a nuevas circunstancias: la depresión del 29, la Segunda Guerra Mundial y al impedimento de regresar debido a la persecución nazi en Europa.
Sin embargo, a la hora de escribir, Lionni regresa a la infancia para capturar y expresar los sentimientos de sus más tempranos encuentros con cosas y eventos, cuando todo para él era mágico y seguro.

Como él mismo explica, en sus memorias: “Cuando niño, era un coleccionista apasionado de animales pequeños, especialmente reptiles. Los guardaba entre las paredes de cristal de un terrario, donde en una mezcla de orden y azar arreglaba arena y guijarros, musgos y helechos, para simular un habitat natural. (…) De hecho, estos pequeños paisajes que componía fueron las primeras metáforas deliberadas de mi vida como artista. (…) era capaz de crear mundos alternativos que creaba para mi propia contemplación. Eran sustitutos seguros, previsibles y estables frente a una realidad en constante transformación. Eran mi refugio contra el mundo incierto y hostil que me circundaba. (Años más tarde) comprendí que los protagonistas de mis cuentos son los mismos actores pequeños y silenciosos que a través de las etapas de mi infancia, encerrados en paredes de cristal, habían interpretado para mí la compleja ficción de azar y destino, naturaleza, artificio, vida y muerte.”

Una lección de vida.














































(El texto original de donde he sacado la información para este post es del blog Anatarambana.... Intenté encontrar la entrada concreta, pero se me perdió y no lo conseguí!)

2 comentarios:

  1. Qué historia tan maravillosa. Me conmueve imaginar a ese niño que quería ser artista sin saber que ya lo era.

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    1. Es TAN cierto lo que dices!!!!!!!!
      ¿No encuentras que en la última foto, ese señor de pelo blanco tiene aún carita de niño? Algo en su expresión, los ojos, no sé... Me encanta esa foto.

      Un abrazo grande, sigo por mail!

      Joanna

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